domingo, 23 de enero de 2011

R.I.P.


La casa de la madre es la sede de un orden arcaico que se reactualiza a las trompadas. Cuando visito a mi vieja leo La Nación. Nunca leo el cuerpo central, ni los suplementos. Me detengo en la revista esté quien esté en la tapa.
Como no voy todos los fines de semana, una tapa abarca mi imaginación de todo un mes. Pienso y re pienso en los lectores del verdadero gran diario argentino cerrando los ojos y viendo en fosforecencias esa imagen repitiéndose como los buenos y malos sueños.
No soñé todavía con el gordo Lanata, pero sí sé que voy a padecer el eterno retorno de su saco de lino y su camisa rosa en las costas de José Ignacio una y otra y otra vez, hasta que vuelva a mi casa natal y me reponga de versiones del pasado. La nación es eso, una invasión de lo que no está, de lo que no es más. Todo lo que aparece en las tapas de sus revistas es descomposición, excepto cuando se las dedican a las últimas tendencias de la moda que es una existencia simple, algo mucho más maleable que los homo sapiens sapiens que juran a cámara no haber jamás vulnerado sus principios.
Querido gordo, la primer pregunta es cómo alguien que odia la política puede ser periodista. Lo segundo es una sospecha: hablar de periodismo político es liberar al resto de una responsabilidad intransferible. Lo tercero, recordar tu afirmación como el horror: kirchner era igual a menem porque les gustaba el poder.
La falta de rigor para un periodista es el infierno y esto no quiere decir que un periodista no deba tener pasiones. Un periodista debe ser absolutamente parcial, sólo tiene que evitar las abstracciones pelotudas.
El gordo Lanata fue mi periodista preferido, no quiero negármelo. De adolescente me encantaba ver en la tele un caza fantasmas, un justiciero que en vez de tirar, sonaba compinche y sensible. Bajando un cambio cualquiera se da cuenta que eso, sin nada más detrás, era su insoportable lección de macartismo. Persigue, persigue, corruptos encontrarás. Y así fue como Lanata no sólo le pudrió el cerebro a muchos aspirantes al cuarto poder, sino que instaló la nausea como una marca de honestidad.
Pero el gordo Lanata nació en el conurbano, es, por ende, un gordo piola. Te trata de vos y fuma en los restoranes y aunque usa dolce & gabana, se caga de risa tirándose pedos como un elefante. Es un plato. Y tan vivo es que hasta explica con romanticismo su capricho por José Ignacio: él conoció el balneario cuando era apenas un pueblito, por eso, ahora que es una de las playas más caras del continente, puede sentirse portador de un viejo derecho. Ay, de los que sufren la pérdida del paraíso.
Lanata mutó en varias cosas, pasó por la fase empresario garca y perla del cable, pero su pasión es una sola: convertirse en Michael Moore. Por qué Lanata quiere ser Michael Moore: porque Michael Moore es un gordo con mucha onda. Por qué Lanata no puede ser Michael Moore: porque Michael Moore no se avergüenza de la clase política del país en que pudo echar panza.
Su saco livianito es el cajón, su camisa rosa el sudario. José Ignacio es un cementerio donde vacaciona nuestro progresismo blanco, donde se reconoce y autocomplace.
Parecía imposible, pero el gordo Lanata ha muerto.