jueves, 1 de septiembre de 2011

Representación



El asesinato de Candela Rodríguez tienen un cartel que insiste en lo mismo: hay que volver ya al Estado, para siempre. De eso se trata el tan mentado retorno del conflicto: que toda rosca tenga un marco institucional, porque cuando las disputas se dan por fuera del Estado, total o parcialmente, nos encajamos en el barro del Matadero.
Hurlingam, de ahí llegan los telegramas que demandan pensar, pensar y seguir pensando. Para la gente de a pie no basta marchar ni que vengan las camionetas de la tele mientras lo que hace falta es que las coorporaciones (con gorra o sin ella) pierdan la batalla contra sectores estatales que, con contradicciones, avanzan. Simple.
Que se llore, se tenga bronca o nos cruce la perplejidad el caso de Candela Rodríguez, además de horrorizarnos con derecho por una policía medieval, por ahí deba llevarnos a sentarnos frente a la televisión y arrebatarle el privilegio de ser la cara y la voz de una nación que en su mayoría quiere abandonar el mundo de las sensaciones, dejar de ser una representación, para ser representada. Si en estos tiempos cortamos una calle es para que, de mínima, nos atienda el ministro. Menos no sirve: Facundo Arana y la Red Solidaria no son el mal, pero son barullo. Estamos en el ciclo en el que seremos públicos e institucionalistas o no seremos. El Grupo Clarín fue uno de los primeros en comprenderlo.
Hasta hace días las tragedias venían empaquetadas desde otros lugares del mundo. Le tocó a España, le tocó a Chile. Pero ni los diarios, ni la televisión, ni la radio viajan a la velocidad de la Historia, su construcción tiene parámetros bastante más mezquinos. Hoy, por unos días, vivimos de nuevo en el desastre, mientras la familia de Candela encara un duelo indeleble. 
Afortunadamente siempre hay un remanente, un gesto que en su vuelo devela otra cosa. Por ejemplo, la presencia de un gobernador (sea o no el adversario en 2015) detrás de la madre que reconoce a su hija muerta -viendo, mientras ella mira el cuerpo de su nena de once años, el cadáver de una menor en un descampado de su territorio- tiene lo esencial de una imagen histórica: aunque para algunos sea un plan y para otros sólo una paparruchada, el Estado ya no puede no estar ahí.