martes, 9 de noviembre de 2010

Desaparecen


¿Qué se está desmoronando? Porque pareciera que el destino se clavó en una playa del atlántico y dijo que nos tocaba a nosotros la experiencia de la muerte, a este país, ahora. No al de enfrente ni al del otro lado ni al que tiene mejor arena. Y en la profusión de la muerte pública, que es como morir en un pueblo donde alrededor de la plaza construyeron iglesia y municipio, viene el momento de comparar las pompas para ver lo que hacen los actos, sus efectos y lo que el tiempo va alisando. En todo velorio se llora y se hacen cuentas, saber cuánto hay de cada cosa nos puede dar las pautas de algo nada despreciable como las dimensiones del amor. No del amor milimétrico de la intimidad, sino del amor brutal de lo que somos en la calle. En ese amor se resume el tiempo de una nación.
Nadie se preguntó si ir o no a despedir a Alfonsín. Cuando murió Néstor todos sabían que salir o quedarse marcaba una diferencia en la historiografía pública y, finalmente, privada. ¿Qué pensaran los que miran el traje más oscuro colgando del placard pensando si ir o no al sepelio de Massera? Si es un familiar o un amigo no piensa más que desde la lógica afectiva del lugar que le toca, pedir otra cosa sería estúpido. Otra cosa es lo que pasa por el corazón y el cerebro de un hombre/mujer al que lo une con el fallecido un cariño público. Muchos deben estar pensando quién va a salir esta vez a la calle con un paraguas a brindar sus condolencias. Y bueno, la calle es de las mayorías, cuando no se da esa ecuación es porque vienen días ásperos.
Los conflictos en algunos casos explotan sus propios límites, en otros casos -o, de una manera muy complicada, en los mismos- los generan. La democracia en los últimos años nos hizo eso, nos puso cara a cara, nos dijo que para un lugar se podía ir y para otros no.
La creación de límites es el lado menos afable y querible de todo orden, y es uno de los principios que Massera y Cia supieron violar y corromper como nadie, hasta llevarnos a creer que teníamos que vivir a la intemperie, bajo un cielo estrellado, sin instituciones. Nada debe estar más cerca de lo que verdaderamente es un ritual que el momento donde toca elegir un color y que los demás lo vean. Minutos de silencio. 
Tenemos un lado y el otro y, a veces, hasta tenemos el comercio que la dinámica de la historia nos impone. Pero hay una frontera.